La vida sobre ruedas
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Santiago Montoya acaba de poner los platos de caucho anaranjados en las afueras del sector sur oriental del Estadio Atanasio Girardot. El calor empieza a intensificarse convirtiendo el asfalto en una caldera. Progresivamente llega el grupo con las frentes llenas de gotas de sudor y con caras de pocos amigos. Por un evento de la alcaldía no van a poder entrenarse en el interior del Coliseo Iván de Bedout de la unidad deportiva, por consiguiente el plan B es hacer físico alrededor del estadio.
Hoy llegaron al entrenamiento siete de los nueve integrantes del equipo, solo faltaron Carlos y Johan. Santiago Álvarez, voluntario y asistente de Santiago Montoya, entrenador, empieza a refrescar a los siete deportistas con un pequeño atomizador verde. Impulsarse sobre la pista que rodea el estadio, expuestos al calor abrazador de las diez de la mañana, los tiene notablemente agotados.
John José Ramírez, César Sierra, Álvaro Molina, David Zapata, Paola Torres, Cristian Barrero, Carlos Roosevelt, Johan Sepúlveda y Johan Gómez; conforman el equipo de rugby de Antioquia llamado Club Deportivo de la Fundación ADA, un ente privado que apoya a deportistas con proyección de alto rendimiento cuyas condiciones socioeconómicas no son las mejores. Este club es uno de los dos existentes en Colombia en su categoría.
Santiago, o Tito, como le llama su tocayo entrenador, los manda a dar vueltas al exterior del estadio mientras mide sus tiempos. Asombrado le dice a Santiago, técnico, que John José se demoró tan solo nueve minutos, este llega extenuado a pedir agua; se exigió tanto que parecía muerto en vida. Su camiseta anaranjada, del color de los conos que estaba rodeando, se ha vuelto más oscura debido a la transpiración que la cubre por completo.
John José es deportista de alto rendimiento y pertenece a la Selección Colombia de Rugby Paralímpico, en su haber tiene una medalla de bronce ganada con el combinado patrio en Toronto en los Juegos Parapanamericanos en agosto del 2015. Es la carta más fuerte que tiene Antioquia y uno de los representantes más importantes de la Selección.
“Llego a la Fundación en diciembre de 2012 para iniciar un proceso de rehabilitación, después de cuatro meses soy capaz de mover los brazos y me invitan a participar en el equipo, al principio fue duro porque no era capaz de mover la silla ni de aguantar el entrenamiento pero con el pasar de los tiempos fui adquiriendo la fuerza necesaria”, cuenta John José mientras intenta coger con las palmas de sus manos una bolsa de agua.
John José es licenciado en ciencias naturales y era docente de la Universidad de Antioquia antes del accidente que lo dejó sin caminar. “Un día estaba tirando charco con unos amigos en Cocorná. Me tiré un clavado y caí encima de una piedra, me di en la cabeza y en la espalda, yo sentí un calambre en todo el cuerpo, creí que no había pasado nada hasta que el agua me sacó a la orilla, intenté pararme pero el cuerpo no respondió”, narra.
La piedra, con la que jamás pensó encontrarse, le fracturó las vertebras cinco, seis y siete, por esa razón jamás pudo volver a pararse; la lesión lo dejó cuadrapléjico.
Contrario a lo que podría pensarse, Santiago Montoya, un hombre serio, de barba tupida y de hablar pausado, es tan solo un joven de 22 años que cursa séptimo semestre de Profesional en Deportes en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Es el capataz de un barco que navega con personas que le llevan ventaja en vida, en experiencias y en luchas contra la agreste marea. Álvaro Molina, por ejemplo, con sus 44 años lo dobla en edad.
“El deporte lo conocí en la universidad y empecé a trabajar como voluntario. Ellos viajaron a Brasil a una competencia y cuando volvieron el profesor Rubén Vásquez dividió el equipo por diferencias administrativas y ahí empecé yo a trabajar en su puesto”, cuenta Santiago sobre cómo tomó la batuta.
Santiago soñó con ser futbolista toda su vida, se imaginaba siendo el delantero de Atlético Nacional, equipo de sus amores, hasta que una lesión de ligamento cruzado anterior lo alejó de las canchas. Hoy, todavía, muestra la cicatriz de su operación a pocos centímetros de la rótula del pie derecho. A su edad, este joven que aún vive con sus papás en una casa del barrio La América, lleva a cuestas una responsabilidad de gran magnitud, pues más allá de conseguir logros deportivos debe tratar a personas con condiciones tanto físicas como socialmente adversas. “Me llamó mucho la atención el deporte por la parte social, me mueve ayudar a las personas. Cuando lo conozco me encarreto por lo emocionante que es en la cancha”, cuenta Santiago.
El rugby en silla de ruedas fue pensado para personas con lesión cervical, que hayan quedado cuadripléjicos, es un deporte paralímpico desde Sidney 2000, pero a Colombia llegó nueve años más tarde, paradójicamente, gracias a un accidente.
Juan Pablo Escobar, un publicista nacido en Bogotá, sufrió un desafortunado suceso en unas vacaciones del 2004 que lo dejó cuadrapléjico. Escobar, viajó a Estados Unidos a iniciar su proceso de recuperación, es allí donde conoce el deporte que años más tarde traería a Colombia. De regreso a Bogotá funda un centro de reacondicionamiento para deportistas que bautizó como Fundación Arcángel. El deporte tuvo gran acogida en ciudades como Medellín, Cali y Quibdó. Sin embargo, solo permaneció como proyecto deportivo en las dos mayores ciudades de Colombia.
Santiago, sentado en una escala al frente de una tienda, explica en qué consiste este deporte que se volvió más que un trabajo su vida. Aclara que el deporte es una combinación de voleibol, por la técnica para hacer los pases; baloncesto, por la cancha en la que se juega y rugby, por el contacto. Que el objetivo es pasar la línea de meta con mínimo dos de las seis ruedas que tienen las sillas con posesión del balón. Que se juega cuatro contra cuatro. Que cada jugador tiene una clasificación de 0.5 a 3.5 según su nivel de funcionalidad y que en la cancha, entre los cuatro jugadores, no puede haber más de ocho puntos; máximo 8.5 si hay una mujer o un adulto mayor en la competencia. Que el puntaje lo determina una mesa de clasificadores con médicos y terapeutas. Pareciera que estuviera leyendo pero todo está cuidadosamente guardado en su cabeza.
El deporte ha ganado terreno pero aún no se prolifera con rapidez, pues contrario a lo que pudiera creerse es una práctica costosa. Las sillas tienen un oneroso precio: cada una está alrededor de los 4.000 dólares, son de aluminio puro lo que las hace muy pesadas. Hay dos tipos de sillas: las de defensa y las de ataque; las primeras tienen un gancho con el que se busca bloquear a las segundas. Las sillas que hoy impulsan los deportistas son propiedad de la Fundación ADA. Esta, además de proveer recursos para el juego y las competencias, también le brindan una atención especial a todos los miembros del equipo. Tienen una sicóloga que les hace acompañamiento constante, a quienes necesitan pañales o sondas también se les brinda un apoyo.
Luego de dar vueltas, los siete deportistas hacen un rondo. Empiezan a tirarse el balón entre ellos, buscan a quien esté elevado para fusilarlo con la pelota de rayas azules y amarillas, César se distrae por unos segundos y vuelve a aterrizar cuando el balón impacta su cabeza. Todos ríen, se sienten vivos.
De pequeñas o grandes fatalidades está lleno este equipo y cada uno de sus integrantes; accidentes de tránsito, minas antipersona, balas perdidas, y otras no tanto, han sido causantes de las lesiones de estas personas que hoy buscan en el deporte un renacer.
Cristian Barrera tiene cara y cuerpo de niño pero tiene 21 años. El 4 de marzo de 2011 se paseaba en su moto por las calles del barrio Aranjuez con la valentía que da el licor. Pensó que era un momento oportuno para demostrar que sabía picar su moto. Aceleró a fondo y soltó el cloche súbitamente para que la moto quedara parada en la llanta trasera pero infortunadamente su estado de alicoramiento no le permitió controlar el equilibrio y lo que iba a ser un pique se convirtió en un grave accidente.
Ocho meses duró hospitalizado en la clínica León 13, tuvo varias complicaciones luego de que se le entrara una bacteria. Cristian da cortas respuestas aunque con esfuerzo trate de hacer lo contrario. A su hermana, Carolina, es quien le debe todo el cuidado. Para Cristian, como para el resto de sus compañeros, el rugby se ha convertido en una terapia tanto física como mental. “El deporte me ha ayudado a recuperar movilidad, además me distrae. Los días ya son menos largos porque es lo único diferente que hago a estar en mi casa”, cuenta mientras, con esfuerzo, trata de llevarse una bolsa de agua a la boca.
Para ir a entrenar, Cristian coge el metro en la estación Aranjuez, a veces entra al vagón con facilidad y en otras le toca alegar con la gente y los colaboradores, parece que la Cultura Metro también tiene sus fallas. Finalmente, se baja en Estadio y en su silla de ruedas rema hasta la fundación donde se monta en su armadura: la silla de los 4.000 dólares. Él quiere seguir practicando el deporte que lo hace sentir vivo y, si se da la oportunidad, estudiar administración o ingeniería de sistemas.
El equipo se está preparando para los juegos Paranacionales que tendrán lugar en el departamento de Tolima entre el 25 de noviembre y el 5 de diciembre. Por eso los Santiagos no pierden la atención en todos los movimientos, quieren un equipo fuerte y saben lo fundamental que es el físico. Por eso, aunque no es su entrenamiento favorito, los deportistas ruedan con compromiso alrededor del estadio arrastrando sus pesadas sillas de ruedas, sus discapacidades y sus carencias; y ni siquiera esas dificultades les impide reír y bromear como personas normales porque es tan importante ser como creerse.
Lunes, miércoles, jueves y viernes este grupo de sobrevivientes llega como un pequeño ejército al Coliseo Iván de Bedout a dejar todas sus energías en las dos horas y media que dura el entrenamiento. Quizás ellos quisieran que fueran más pero sus manos ya no tendrían fuerzas.
Paola, llega con los ojos casi blanqueados del esfuerzo que ha hecho, no tiene la misma agilidad pero seguramente con el paso del tiempo y la fortaleza mental la irá adquiriendo. La rocían con el atomizador y ella suspira exhausta.
Santiago, con su rol de padre a los 22, los mira con sus pupilas negras brillantes. Quisiera estar mucho tiempo con ellos aunque sueña con dirigir la Selección Colombia de esta modalidad. Es evidente que el amor por lo que hace le brota de las entrañas.
“Es impresionante verlos a ellos con su incapacidad, con sus problemas y dificultades tan comprometidos con esto, tan luchadores. Son personas iguales, simplemente tienen unas adaptaciones y unos cambios. Cada día ellos me hacen levantar con una motivación”, puntualiza Santiago.
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