Daniel Galindo: una promesa en pausa
-Qué
pasa Daniel, ¿tiene miedo?- le preguntó el profe sonriente.
- No
señor, estoy concentrado - respondió casi al instante mientras intentaba
controlar la ansiedad.
-
Tengo mucha confianza en usted, yo no pongo jugadores por poner- sentenció Juan Carlos Osorio ya más serio.
Respiró
profundo y entró al gramado confiado en que sería una gran tarde. Era una fecha
especial no solo porque se celebrara el
Día del Fútbol Antioqueño, sino también porque era su debut en un Atanasio
Girardot colmado de hinchas que recibían orgullosos y expectantes al equipo que
los representaría a lo largo del año 2013.
“Era
un sueño que se cumplía, estaba muy emocionado”, confesó Daniel evocando aquel
glorioso momento.
Mientras
la hinchada cantaba al unísono y las banderas verdes y blancas se hondeaban
jubilosas por los cielos del ‘Coloso de la 74’, Daniel tomaba aire e impactaba
de sobre pique un balón que terminó adentro de la portería norte. Corrió a
celebrar directo a donde su técnico, sin asimilar todavía lo que había acabado
de hacer.
Como
si fuera poco, además del debut, estaba salvando a Atlético Nacional de la
derrota ante Junior por un gol a cero en su primer partido del año. Su sueño se
cumplió con creces, pues el tanto le significó el ascenso al plantel
profesional.
“Casi
me muero cuando lo hizo, la alegría fue inmensa”, comentó Claudia Correa, su madre,
con las pupilas desorbitadas como si todavía estuviera celebrando el gol de
aquel 27 de enero.
En
las entrañas de Uramita, municipio del occidente de Antioquia, creció Daniel
Galindo Correa, un joven de pelo ensortijado, ojos semirrasgados y pómulos
prominentes que deslumbraba a sus coterráneos jugando al micro fútbol. Tan
vistosas eran sus cualidades, que la gente del pueblo le insistía que viajara a
Medellín a probarse en algún equipo.
En
Medellín vivía su hermano mayor Santiago, quien hoy es como su sombra y mejor
amigo. Con apenas 16 años y cursando el grado décimo, viajó 172 kilómetros
hasta la ciudad que lo vería germinar como jugador de fútbol.
“Daniel
vino a Medellín a presentarse a las convocatorias que hacía Atlético Nacional
en Castilla, Campo Amor y Belén. A los 15 días firmó contrato mientras que
había gente que llevaba hasta cuatro meses en proceso”, cuenta Santiago, sin
ningún esfuerzo para recordar, como si todo lo hubiera vivido él.
A
mediados de 2009, Daniel regresó a Uramita a terminar el grado décimo y al año siguiente se radicó en Medellín y
empezó a formar parte de las divisiones inferiores de Atlético Nacional al
mando de Andrés Felipe Arango, técnico en el período 2001-2013 y a quien se le
reconoce un importante trabajo en los procesos formativos de jugadores de la
talla de Steffan Medina y Camilo Zúñiga.
En
un torneo sub 20, Galindo quedó como segundo goleador del equipo, con 12 goles
marcados, además fue campeón nacional con la Selección Antioquia en el 2011. Sin
duda se estaba convirtiendo en un verdadero prospecto del fútbol local.
“Daniel
es de esos jugadores que llama la atención a los cinco minutos. Es un jugador
muy interesante, con buena talla, buena condición técnica y un excelente
biotipo. Tanto Santiago Escobar como Juan Carlos Osorio siempre lo estuvieron
observando de cerca”, comentó Andrés Arango, quien vivió todo el proceso
evolutivo de su carrera.
Profesionalmente
Daniel debutó en Copa Colombia contra Rionegro al mando de Santiago Escobar,
pero fue aquel gol en el Atanasio contra el Junior el que lo catapultó al
plantel profesional y el que le dio la oportunidad de jugar más partidos
oficiales enfrentando a rivales como Jaguares, Itagüí, Envigado, Huila,
Medellín y Chicó.
En
el partido contra Chicó, en pleno día del hincha verde, la vida le puso la
primera zancadilla. “Apenas arrancando el segundo tiempo sufrí un esguince de
tobillo. Salí llorando. No por el dolor, sino porque sabía que se venían
oportunidades muy buenas para mí porque el equipo había pasado de ronda en Copa
Libertadores”, contó Daniel con algo de amargura, un año y medio después del
suceso.
Antes
de la lesión, la carrera de este talentoso volante antioqueño iba en ascenso y
todo estaba dado para que empezara a consolidarse, pero el esguince de tobillo,
en la recta final de la temporada 2013, sin ser una lesión muy grave, le hacía
perder todo el terreno ganado.
Para
el 2014, el Dépor Aguablanca, de la segunda categoría del balompié de Colombia,
quiso contar con los servicios de Daniel Galindo en calidad de préstamo, pero
el negocio finalmente no se dio por solicitud de su representante,
quien le dijo que estaba finiquitando un negocio para que se fuera a Argentina.
Su historia en Nacional había terminado, el sueño de jugar en tierra de grandes
lo llevó a renunciar al equipo que lo vio nacer profesionalmente.
“Yo
escuché Argentina y me deslumbré, iba a jugar con las reservas de Estudiantes
de La Plata”, confesó Daniel. Era una de las decisiones más duras de su vida.
Por situaciones y azares del destino, que él mismo desconoce, su viaje a
Argentina se quedó en un sueño y nunca se concretó. Ni una patada, ni un gol en
contra en el último minuto le habría dolido tanto como lo que le estaba
pasando.
Dos
manos temblorosas suben con esfuerzo unas mancuernas de 40 kilos cada una, los
pechos se inflan como si se fueran a explotar. Diez repeticiones y suelta
mientras por su cara baja una avalancha de gotas de sudor. Se acomoda su
camisilla, mira de reojo al espejo y se sienta.
“Me
arrepiento de haber renunciado a Nacional pero lo hice pensando en mi futuro.
En la vida hay que tomar decisiones y pues esta vez no fue”, dice con una
mezcla de melancolía y madurez.
Vuelve
a tomar las pesas para hacer otra serie de pecho. Desde que el destino le hizo
una gambeta y lo sacó del fútbol, Daniel se dedicó plenamente al gimnasio que
montó su familia en el municipio de Copacabana. Junto con su mamá y sus dos
hermanos atienden cerca de 200 personas que hay matriculadas.
Arrodillado,
jala dos cables con fortaleza mientras en la espalda se abultan sus trapecios. Aumentó ocho kilos de masa muscular desde que salió de
Nacional. El ejercicio fue el refugio de su tristeza y la catarsis de la
decepción.
“En
los días en que se supo que lo de Argentina se había dañado estuvo muy callado,
él no expresa nada pero se le nota la tristeza. Él vive por el fútbol, es lo
único que ve en televisión”, contó su mamá todavía conmovida.
Daniel
aclaró que a pesar de tener días muy difíciles no tiene rencor hacia su
representante porque nunca se sintió obligado. Sin duda, su familia y el
gimnasio fueron la motivación para no decaer.
“Ha sido clave para el crecimiento del gimnasio, los aprendizajes que obtuvo en
el club los aplica acá. Además es una persona responsable, creativa,
perseverante y dedicada”, así lo define con orgullo Santiago. Al parecer la
creatividad es una cualidad que lleva en la sangre, tanto dentro como fuera del
terreno de juego.
Haciendo
pesas en pecho plano levanta 240 libras y en sentadillas 350. Hace ejercicio
dos horas diarias y en su proyecto de vida está crecer con el negocio familiar.
La posibilidad de volver a vestir de cortos y calzar guayos aún está latente.
Daniel se aferra a las pesas y al sueño de volver a jugar fútbol casi con la
misma fuerza.
Foto extraída de: http://www.ecbloguer.com/capsulas/wp-content/uploads/2013/01/rdia26.jpg
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